Lo importante es que estamos vivos: Desolación y esperanza en Campana tras las inundaciones

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El barrio San Cayetano de Campana, uno de los más afectados por las devastadoras inundaciones, muestra un panorama de desolación, pero también de resiliencia y solidaridad vecinal. Un relato de las pérdidas, el miedo y la lucha por la reconstrucción.

Las inundaciones en la provincia de Buenos Aires dejaron una marca imborrable en el barrio San Cayetano de Campana. El agua, marrón y turbia, invadió hogares, arrasó con pertenencias y dejó a sus habitantes sumidos en la desesperación. Sin embargo, entre la destrucción y el barro, emerge una historia de supervivencia, solidaridad y esperanza. El relato comienza en la entrada del barrio, que se asemeja a una terminal improvisada. Vecinos desbordados, con el agua hasta las rodillas, cargan bidones, cajas con alimentos y animales rescatados. Los gritos desesperados por botes resuenan en el aire, un claro reflejo de la urgencia por evaluar el estado de sus casas y la seguridad de sus seres queridos. El sol, que emerge después de días de lluvia incesante, parece querer disculparse por la destrucción causada. Pero la imagen es desoladora: el agua sigue ocupando las calles, las casas, las camas. El llanto de los vecinos es un eco constante, un reflejo de sus pérdidas, sus temores y la incertidumbre sobre el futuro. Cada bote que llega desde el interior del barrio trae más personas mojadas, silenciosas, y a más animales a salvo. Quienes no tienen acceso a un bote, caminan con el agua hasta la cintura, arriesgando su vida por recuperar algún objeto preciado o una mascota. El intendente de Campana, Sebastián Abella, explica que la bajada del agua en Campana depende de la bajada del río en Areco, ya que la cuenca termina en el Paraná. Mientras tanto, vecinos como Hugo Torres, jubilado, con un salvavidas colgado al hombro, y una niña abrazando un peluche mojado, reflejan la magnitud del desastre: "Siempre nos pasa esto, pero nunca vi tanta gente así, metida hasta el cuello en el agua". Organizaciones de ayuda y voluntarios de distintas ciudades se movilizan para asistir a los afectados. Botes de bomberos y fuerzas armadas reparten comida y abrigo, adaptándose a la necesidad de quienes se niegan a abandonar sus casas, pese a la destrucción. La entrada del barrio se convierte en un punto de acopio y distribución de víveres, ropa, medicamentos y hasta comida para mascotas. Voluntarios, como Florencia, una joven de Zárate, relata su experiencia: "Nunca vi algo así. Uno ve las imágenes por televisión, pero hasta que no te metés acá, no entendés lo que es perderlo todo. Esto es literalmente un río, el agua se comió a las casas". Aunque la situación se normaliza gradualmente en algunos sectores, San Cayetano, San Javier y partes de San Miguel continúan anegados. Si bien la cifra de víctimas fatales es afortunadamente cero, la angustia y la incertidumbre se mantienen. Las clases continúan suspendidas. Un gato negro, encaramado en un poste de luz, observa el panorama desolador; un símbolo silencioso de la resistencia ante la adversidad. Una familia encuentra la puerta de su casa abierta de par en par, pero el padre, mientras carga una mochila empapada, afirma con resignación: "Lo importante es que estamos vivos. Después, lo material se verá". Esa frase, aunque refleja la aceptación de la pérdida, también encierra una férrea voluntad de reconstrucción, un espíritu que se refleja en la solidaridad vecinal y la ayuda incondicional de voluntarios. El barrio, que huele a encierro y humedad, aún se encuentra en el proceso de limpieza, pero la esperanza perdura, impulsada por la comunidad y la promesa de un futuro mejor.
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