De las letras al abucheo: Un descenso a la intolerancia en la sociedad argentina

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Análisis del creciente clima de intolerancia en Argentina, desde la política hasta los espacios culturales, con ejemplos concretos y una reflexión sobre la responsabilidad de la sociedad y sus líderes.

De las letras al abucheo: Un descenso a la intolerancia en la sociedad argentina

La reciente inauguración de la Feria del Libro en Buenos Aires, marcada por los abucheos al Secretario de Cultura, Leonardo Cifelli, expone una preocupante realidad: la creciente intolerancia que permea la sociedad argentina, traspasando los límites de la política y contaminando incluso los espacios tradicionalmente considerados santuarios del diálogo y el respeto.

¿Cómo llegamos a este punto? ¿Cuándo se perdieron los códigos de civilidad y tolerancia que deberían regir el debate público? El artículo analiza este preocupante fenómeno, explorando sus múltiples manifestaciones y buscando comprender las raíces de esta creciente polarización.

De la discrepancia al ataque: La erosión del diálogo

Si bien la prepotencia y la injusticia son tan antiguas como la historia, su manifestación actual presenta una particularidad alarmante: su normalización. En ámbitos como la Feria del Libro, donde la discusión intelectual debería predominar, la beligerancia se impone, sofocando el debate con agresiones verbales y actitudes patoteriles. Las diferencias de opinión, que deberían ser el motor de un intercambio enriquecedor, se convierten en justificación para el ataque y el silenciamiento del otro.

Escritores como Claudia Piñeiro y Sergio Olguín justificaron los abucheos como una respuesta necesaria ante lo que consideran una política cultural destructiva. Sin embargo, ¿es el abucheo la única forma de manifestar el desacuerdo? ¿Es aceptable, incluso desde una perspectiva progresista, silenciar a través de la hostilidad?

El ejemplo desde arriba: El patoterismo de Estado y la responsabilidad de los intelectuales

Si bien el patoterismo de Estado es una problemática grave y ampliamente denunciada, la pregunta central recae en la responsabilidad de quienes integran los espacios académicos y culturales. ¿No deberían estos sectores, dedicados a la reflexión y al debate, dar ejemplo de pluralismo y tolerancia? El hecho de que muchos de los que abuchearon a Cifelli fueran los mismos que, durante el kirchnerismo, aplaudieron la censura a Mario Vargas Llosa, evidencia una preocupante hipocresía.

La lógica de las redes sociales, con su polarización y su tendencia a la cancelación, se refleja en estas actitudes. El argumento del otro no se procesa, simplemente se rechaza de forma ruidosa y automática, sin espacio para el diálogo o la consideración de matices.

La intolerancia se expande: Más allá de la Feria del Libro

La confrontación exacerbada no se limita a la esfera política o cultural. Se extiende a la universidad, donde grupos estudiantiles atacan y expulsan a militantes de ideologías contrarias; a los ámbitos deportivos, donde la cortesía y el respeto se han perdido; e incluso a espacios considerados tradicionalmente neutrales, como el teatro o las instituciones culturales. El ejemplo del tenista Alexander Zverev, que denunció la mala conducta del público argentino durante un partido de tenis, lo corrobora.

Estos incidentes, aunque a menudo pasan inadvertidos o solo tienen una efímera repercusión local, revelan la profundidad de la problemática. La falta de reacción de las autoridades universitarias ante la agresión a militantes libertarios en La Plata, o la celebración por parte de un profesor del ataque a un diputado, son ejemplos preocupantes de esta permisividad ante la intolerancia.

El camino a seguir: Un llamado a la reflexión y la acción

Para comprender la situación actual es esencial mirarnos a nosotros mismos y evaluar nuestro propio comportamiento. La frase de Claudio Magris, "No se puede hacer de la intolerancia una ideología", resuena como un ruego, un llamado urgente a la reflexión. Es necesario que sectores intelectuales, académicos y líderes sociales asuman la responsabilidad de defender los valores de la convivencia democrática, el pluralismo y el respeto. Debemos trabajar activamente para construir un espacio público donde el diálogo, y no el abucheo, sea la herramienta privilegiada para resolver nuestras diferencias.

La pregunta final es contundente: ¿Qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Una sociedad basada en el diálogo respetuoso y la tolerancia, o una dominada por la confrontación y la intolerancia?

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