La muerte del Papa Francisco ha dejado un vacío en la Iglesia Católica, pero su legado de humildad y sencillez perdura, incluso en su última morada. Contrario a la tradición de enterrar a los Papas en la cripta de San Pedro, Francisco eligió descansar en la Basílica de Santa María la Mayor, un lugar cargado de simbolismo y profundamente significativo para su vida personal y espiritual.
La tumba, una simple losa de mármol blanco con la única inscripción "Franciscus", refleja la austeridad que caracterizó su pontificado. La ausencia de títulos, honores o fechas enfatiza su deseo de trascender la pompa y la ostentación, concentrándose en la esencia de su fe. Sobre la lápida, una reproducción de la cruz de hierro que usó durante su papado sirve como un símbolo visible de su compromiso con la humildad, una humildad que se extiende incluso más allá de la muerte.
La Basílica de Santa María la Mayor, hogar de la venerada imagen de la "Salus Populi Romani", fue un lugar de profunda devoción para Francisco durante toda su vida. Su decisión de ser enterrado allí destaca su devoción mariana y su rechazo a los lujos, un testimonio consistente con su mensaje de servicio a los más necesitados y su compromiso con la justicia social. El arzobispo encargado de la basílica ha descrito la elección como un reflejo de su vida "humilde, sencilla y esencial", un legado que se extiende hasta el mismo lugar de su descanso eterno.
A solo un día del traslado de su féretro, miles de fieles acudieron a Santa María la Mayor para rendir homenaje al Papa. Las imágenes de la multitud congregada ante la tumba, silenciosamente orando y depositando flores blancas (su flor preferida), son un conmovedor testimonio de la conexión que Francisco logró establecer con la gente durante su pontificado. La sencillez del lugar, contrastando con la majestuosidad de la basílica, crea una atmósfera íntima y espiritual que invita a la reflexión y a la oración.
La elección de Santa María la Mayor también es significativa considerando su ubicación, alejada del protocolo y la solemnidad de la Plaza de San Pedro. Era un lugar al que el Papa acudía en busca de silencio y tranquilidad, un refugio del brillo y la atención pública. Este hecho refuerza la idea de que su decisión no fue casual, sino una expresión deliberada de su deseo de permanecer cercano a la fe sencilla y genuina.
Más allá del impacto emocional en los fieles, la muerte del Papa Francisco y la ubicación de su tumba inician un nuevo capítulo en la Iglesia Católica. El cónclave para elegir a su sucesor está próximo, y la pregunta de cómo se traducirá el legado de Francisco en las decisiones futuras de la Iglesia permanece en el aire. La sencillez y la humildad de su última morada servirán, sin duda, como un recordatorio constante de su mensaje y de su ejemplo.
En conclusión, la tumba del Papa Francisco en la Basílica de Santa María la Mayor no es solo un lugar de descanso, sino un símbolo poderoso de su vida y su legado. Su sencillez y humildad, reflejadas en la austeridad de su sepulcro, perdurarán como un mensaje inspirador para la Iglesia y el mundo.