La muerte de Julio Simón, el "Turco Julián", ex miembro clave del centro clandestino de detención Olimpo, despierta reflexiones sobre el proceso de cicatrización de las heridas de la dictadura argentina, la justicia, el perdón y la persistencia del pasado en el presente.
Escuché decir a los españoles que la grieta franquistas-antifranquistas, republicanos versus monárquicos, precisó del paso del tiempo y la muerte de quienes la habían atravesado para cerrarse. En Argentina, aún nos faltan dos décadas para eso, pero ya en esta tercera década del siglo XXI comenzaron a fallecer algunos de los principales protagonistas de nuestra última dictadura militar. Uno de ellos fue Julio Simón, alias "Turco Julián", el mandamás del centro clandestino de detención Olimpo, activo hasta enero de 1979, y conocido por su presencia en la sala de tortura llamada "el quirófano". Su muerte en la cárcel de Marcos Paz a los 84 años, un día después del controvertido 24 de marzo, plantea interrogantes sobre el estado de nuestra memoria colectiva y la dificultad para cicatrizar las heridas del pasado. El contraste entre la masiva marcha del 24 de marzo y el video emitido por la Casa Rosada, con su evidente parcialidad, evidencia la distancia que nos separa de una verdadera reconciliación. Este ejercicio de periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Ya fallecieron figuras como el teniente coronel Guillermo Minicucci y el comandante del Primer Cuerpo de Ejército Carlos Guillermo Suárez Mason, responsables máximos de la represión en el Olimpo. "Turco Julián", un policía de 38 años en 1979, operaba con impunidad en un predio policial. Su condena en 2006 fue la primera a un subalterno tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, un logro del Congreso durante la presidencia de Néstor Kirchner y del juez federal Gabriel Cavallo, que en 2001 declaró inconstitucionales las leyes que exculpaban a miembros de las fuerzas de seguridad por debajo del rango de coronel. Con la reactivación de las causas, volví a declarar, recordando mi propio cautiverio en el Olimpo en enero de 1979.
El video de la Casa Rosada sobre el 24 de marzo generó en mí, no alegría ni tristeza, sino una profunda pena por la incomprensión y las divergencias sobre lo sucedido. Esto me recuerda la antinomia que nos paraliza, impidiendo el progreso. La muerte del "Turco Julián", un autor material de la violencia, me hizo revivir el sinsentido y la irracionalidad de aquellos años. En mi columna "Laje: yo no tuve su suerte", relataba episodios en el Olimpo, durante la Guerra de Malvinas. Recuerdo una anécdota particular: tras mi liberación, me advirtieron que recibiría llamadas de alguien que se identificaría como Clark Kent, y que al recibirlas debía salir a la calle y subir al auto que me esperaría. Era un modo de tortura psicológica, una demostración de su control y de su incompetencia. La banalidad del mal se reflejaba en detalles como el nombre del centro de detención: "Bienvenidos al Olimpo de los dioses. Firmado: Los centuriones".
La muerte de "Turco Julián" me conmueve, pues veo puntos de contacto entre la insensibilidad y la ineptitud de aquellos años y la de hoy. Ojalá que con su muerte, él muera también en la memoria de sus víctimas, pero aún faltan dos décadas para ese borramiento. Preguntas filosóficas sobre el perdón surgen: ¿se debe perdonar sin arrepentimiento? ¿Existe un límite ético? ¿Puede haber perdón sin olvido? La justicia restaura y es necesario superar el odio; sin embargo, el camino es largo y complejo.