En el año 1910, la tranquila ciudad de Almería se vio sacudida por un crimen macabro que dejó a todos horrorizados. Un niño de tan solo siete años fue asesinado de manera cruel, provocando el repudio y el miedo en toda la comunidad. Los detalles de este escalofriante suceso todavía se recuerdan en los libros de historia y en la memoria de los almerienses. El asesino, cuya identidad nunca se descubrió, cometió este crimen con el objetivo de beberse la sangre del pequeño, causando una conmoción aún mayor. La noticia del crimen se propagó rápidamente por toda la ciudad y las autoridades realizaron una exhaustiva investigación para dar con el responsable. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, el asesino nunca fue encontrado, lo que provocó un sentimiento de temor e inseguridad en la población. La sociedad almeriense quedó marcada por este suceso macabro, que puso en evidencia la fragilidad de la seguridad y la vulnerabilidad de los niños. Además, generó un debate sobre la existencia del mal en el mundo y la necesidad de proteger a los más indefensos. A día de hoy, este crimen forma parte de la historia de Almería y ha dejado una huella imborrable en la memoria colectiva. Aunque han pasado más de cien años, la sociedad almeriense no ha olvidado este suceso y continúa recordándolo como una advertencia de los peligros que acechan en la oscuridad. Es importante recordar nuestra historia y aprender de ella para evitar que tragedias como esta se repitan en el futuro. Al recordar este triste episodio, honramos la memoria del niño víctima de este crimen y reafirmamos nuestro compromiso como sociedad para proteger a los más vulnerables.